Los ojos de los otros (2002)

( 2002. eBent'02, Centre de Cultura Contemporània de Barcelona )

fotos: Juan Pardo, Carlos Pina
vídeo: Manuel Morales, Carlos Pina

La accionadora, descalza y vestida de negro, lleva la cabeza envuelta en una larga tira de trozos de tela negra anudados, que la oculta por completo. Dos espejos-ojos ocupan el lugar que corresponde a los ojos reales.

La accionadora inicia la acción en el patio, se mueve lentamente, pretende conocer el camino pero extiende las manos y busca puntos de referencia para encontrarlo, tropezando con paredes, puertas y espectadores, entrando en la sala. Lentamente se desliza entre los asistentes, les toca, mira con sus ojos ciegos los ojos de los otros, en realidad son los otros quienes se ven a así mismos en sus ojos-espejos ciegos. Deambula durante un tiempo hasta llegar a la Bellamátic, la máquina expendedora alrededor de la cual giran las acciones de la velada.

Ante la máquina, la accionadora se desprende lentamente de los ojos-espejo y los introduce en una bolsita de plástico. Ciega, abre la máquina y pausadamente busca un lugar libre entre los productos que se ofrecen y deposita la bolsita. Cierra la máquina y desanda el camino hasta volver a salir al patio. Una vez allí, con lentitud, va desenrollando la tela que le cubre la cabeza hasta quedar libre y es entonces cuando, sacudiendo la cabeza como para despertarse, vuelve a abrir los ojos.

Quién mira, quién ve, quién es mirado

Los ojos de los otros. Quitarse la vista. Los otros son los únicos que ven gracias a los espejos. Hay una ida y una vuelta cegada, la ida con los ojos de los espejos, los ojos de los otros, la vuelta sin ojos.

Hay una indefinición, estoy viendo con ojos que no ven y los otros me miran a mí pero se ven a sí mismos en mis ojos. Me planteo cómo se construye el concepto de persona, uno mismo y el otro, reflexiono sobre la mirada, sobre quién mira y sobre quién es mirado.

Hay también una parte irónica, al poner los ojos en la máquina expendedora alguien podía comprarlos con dinero. Y así fue, alguien se apoderó de los ojos casi inmediatamente. Y quien compró los ojos, ¿qué obtuvo? ¿Y qué obtuvo quien no los compró? Quien los compró, compró un intangible, esa imagen, esa figura negra, una sombra, con ojos ciegos que eran los ojos de los otros, ¿compró su imagen propia?. Y la máquina se convierte en símbolo de lo monstruoso. ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?

Hay una fascinación por el hecho del contenido que ofrece la máquina, el consumismo, que permite adquirir la intangibilidad de la acción. La máquina fagocita la acción y el sentido, la reduce a algo que se puede comprar. Y una vez se ha comprado, ¿qué pueden hacer con ello?

El haber comprado los ojos es haber comprado ceguera, haber comprado la nada. Lo que tenía sentido en la acción era la acción pura, los elementos, la figura, los ojos, la máquina, la acción en sí. Una vez acabada la acción y comprados los ojos, lo que queda es la reducción al absurdo de la vida.